Sumergida en aguas negras

A Virginia Innocenti
…y entonces la conocí.

Antes, tan solo la veía por aquel cuadradro de plástico, lejano, frió, inalcanzable.
Aquel espacio, en el que sin embargo, me hizo emocionar, reír y reflexionar.
Y luego, llego su voz a mi vida.
Apareció de una manera inesperada. Más bien, diría yo, fue una “causalidad” haberla escuchado en aquella hermosa y profunda entrevista con Fernando Peña.
Desde esa mañana, hubo…¡Tanto hubo!
Y siempre que sus pulmones conserven tanta pena y sus ojos tanta luz, entonces habrá.
Con pasos cortos y latidos largos la fui descubriendo.
Una mujer que no parece de esta tierra, un ser indescriptible con palabras.
Con una esencia celestial, con una profunda mirada que habla por si sola, con sus ojos soñadores (que van rogando dulzuras), con sus rulos rebeldes, con su piel de plata.
Y entonces, la conocí.
Vislumbre su silueta de tul en aquel oscuro escenario y supe que mis sospechas eran ciertas.
Es un ángel de cristal.
Una voz que se desgarra de la mano de la luna.
El amor en persona.
El dolor de la humanidad, toda.
La vida y la muerte conjugada en sus manos.
Y una melodía que hace vibrar el Alma de cualquier ser y la empapa de sensibilidad.
Una ternura inconmensurable, una dulzura instintiva y sincera.
Su transparencia, su soledad y todos aquellos amores que acarician sus tacos.
Y entonces, la observe, la sentí.
La reconocí.
Desbordada por un profundo sentimiento de empatia, admiración y pasión, la conocí.
Una impagable alegría se apodero de mí en cada melodía que nacía de sus entrañas.
Su melódico lamento, me recuerda al mió.
Su soledad con alas, vuela con la mía.
Su compasión infinita, llora por las noches, con la mía.
Su dolor profundo y gris, también esta grabado en mi corazón.
Su piel, sus venas, sus ojos, son la expresión perfecta del amor.
Y entonces… pasaron los minutos que pacerían eternos.
Silencios, que me erizaron la piel.
Suspiros, que inquietaban mi sangre.
Miradas que se fusionaron con mis ojos, para siempre.
Y me hundí en su pelo, me perdí en tus brazos, en su clamor, en su desesperación…
¡En su llanto arrabalero de amor y piedad!
Y entonces, sucedió el milagro
Y dentro del segundo
Hubo el no tiempo sagrado

de la muerte transfigurada.
Y entonces, resulta que ella…se fue.
Se fue sin saber todo esto que hoy reedita mi ser.

Gracias Virginia
Por todo lo que hiciste que haya en mí.
Por llenar los espacios vacíos donde no había.
Por todo lo que hubo, hay y habrá, siempre.
Gracias a tu lamento inalcanzable que cala mis huesos.
Por todo aquello que habría si nuestras soledades se hicieran amigas.
Por todos los desiertos que poblaríamos si la esperanza de nuestros ojos plantaran juntas.

Sos dulce
Sutil
Sencilla
Sincera y profunda
Por eso tenes alas.

Amar o morir, el amor es el alma de todo.

N.P.S
29 de Septiembre de 2007

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