Cafeína en sangre

Buscaba un bar donde relajar su perturbada mente.
Un sitio donde arrodillar su Alma y en lo posible exprimirla.
Y entonces, se topo con una esquina particular.
Algo lo hizo entrar casi por inercia. Un bar antiguo, con sillas arrugadas y mozos grises.
Un olor a libro viejo mezclado con sahumerio inundaba el aire.
Eligio la mesa que daba a la calle, no estaba dispuesto a mirarse tan profundamente. El cóctel de sensaciones que lo acompañaban esa noche era demasiado para un solo hombre.
Necesita distracción para no pensar demasiado y la avenida Irigoyen era perfecta.
Él: Una lágrima y dos mediaslunas por favor.
Mientras esperaba, lo inesperado pasó.
Una mujer blanca, casi pálida, de profundos ojos grises.
Un mar de rulos rojizos hasta el tope de su cintura.
Un vestido azul, que dejaba ver su Alma y una diminuta cartera.
Paso ella.
Y entro.
Eligio la mesa oblicua a la de él, para perderse en las ranuras de la noche y alejarse de su injusta soledad.
Ella: (Dirigiéndose al mozo) Lo de siempre por favor.
Saco un pequeño libro de su pequeña cartera y se perdió entre sus hojas.
Él no podía dejar de observarla, de sentirla, de desearla.
Pero él se sentía un cobarde, acompañado siempre de una profunda timidez…jamás iba a tomar el coraje.
Un trago de café él, otro ella.
El reloj caminaba sin vuelta atrás y sus manos comenzaron a sudar. Una intuición interna decía que tenía que hablarle. Era necesario, casi obligatorio.
El: (Se acerca como estirándose para alcanzar algo) Discúlpame ¿Te conozco de algún lado? (Pregunto el titubeando).
Ella: No, no. (Respondió bajando la mirada).
El: Pero, estoy casi seguro que te conozco. (Insistió)
Ella: Te dije que no. Tengo muy buena memoria, si nos conociéramos me acordaría.
Así, seca y agresiva había sido su respuesta.
Sin embargo, el opto por sentarse en su mesa, justo enfrente de su hermosa cabellera roja.
El: ¿Qué estas leyendo? (Pregunto tímidamente)
Ella: (Observando las manos de él) Mario…
El: ¿Benedetti?
Ella: Benedetti.
El: Me gusta mucho…Mario.
Ella: Mira vos, que casualidad (fijando su mirada hacia la calle)
El: No existen las casualidades.
Ella: No creo en esas cosas. Por favor, podes déjame tranquila.
El: No quiero molestarte, solo quiero conocerte.
Ella: No me interesa conocer a un extraño. (En tono despectivo)
El: Toda persona que conozcas será un extraño al principio, pero puede dejar de serlo…
Ella: Basta. Podes retirarte por favor me estas incomodando. (Levantando la voz)
El: Discúlpame (Apenado). No tuve un buen día…hoy me entere de algo terrible y hermoso a la vez. Estoy rebalsado de sentimientos duales. Discúlpame, no quise ofenderte…
Se levanto cabizbajo y gris, y volvió a su mesa.
Ella: (Arrepentida) No, discúlpame vos. ¿Queres contarme? (Guardando su libro).
El: (volviendo a la mesa de ella, esta vez con todas sus pertenencias, se sienta) Me llamo Pedro y tengo 30 años. Es la primera vez que vengo por acá…vos?
Ella: Me llamo Ana y tengo 28. Vivo a dos cuadras y vengo prácticamente a diario.
El: Ana… (Repitió tartamudeando) que lindo nombre! Me huele a rosas.
Ella: (esbozando una sonrisa) Gracias…
El: Mi historia es bastante fuerte… (Bajando la mirada y juntando las manos) si realmente te interesa puedo contártela… al menos una parte.
Ella: Contame… (Dubitativa)
El: Soy hijo de desaparecidos. Me entere cuando cumplí 16 años. Y hoy…hace nada más que unas horas, me entere el nombre de mis verdaderos padres.
Se produjo un silencio ensordecedor. Los ojos de Ana se abrieron grandes y redondos como la luna y su mueca alegre, se desvaneció. Ya no olía a rosas.
Ella: ¿Hijo de desaparecidos? Hijo de desaparecidos… (Repitió susurrando)
El: Si…posiblemente mis padres fueron Laura Esposito y Hernan Fernandez. Dos completos desconocidos para mí. Es rara la sensación que me produjo enterarme, saber sus nombres, sus edades…no termino de procesar muchas cosas.
Ella: (tomándose la cabeza con ambas manos). Si…complicada.
El: Discúlpame, no quiero cargarte con algo tan denso pero necesitaba hablarlo con alguien. Vine al bar para escaparme de mis amigos y de mis padres, los que todos estos años se ocuparon de mí. No quiero que ellos lo sepan. Todo esto lo hice solo. (Se tapa los ojos con ambas manos y golpe su cabeza contra la mesa. Llora)
Ella: Me tengo que ir…eeh discúlpame. (Arroja plata en la mesa, toma su cartera y se va corriendo, desesperada como perseguida por una sombra).
El: Espera, Ana, no te vallas!! (Grito visceralmente).
Y Ana se fue.
Corrió hasta su casa, con la misma desesperación que corre un niño en busca de su madre, cuando aun es pequeño y cree en los monstruos.
Ana nunca encontró a su madre.
Si llego a la puerta de su casa. Las manos le temblaban y le sudaban las plantas de los pies.
El: Ana, Ana (grito agitado) espera, déjame ayudarte. (Tomándole las manos).
Ella: No, ándate por favor, déjame yo puedo sola, ándate (Grito)
El: Ana, que te pasa, por favor déjame ayudarte a abrir!
Ana se desvaneció. Pedro la tomo por la cintura y logro abrir la puerta.
La recostó en su cama y espero a que Ana reaccionara.
Mientras Ana habría los ojos, obnubilada como en el crepúsculo, Pedro tomo un pañuelo blanco apoyado sobre la mesita de luz, lo mojo y lo coloco sobre su frente.
Cuando por fin Ana pudo abrir los ojos, él se acerco y suavemente apoyo sus labios contra los de ella y sintió una paradójica sensación.
Ana se quedo inmóvil y con una fuerza inexplicable, se levanto y lo empujo tan fuerte que Pedro se callo de la cama.
Ella: (llorando) No, Pedro no…
El: Perdóname Ana, fue un impulso…sos tan, tan hermosa. Siento que te conozco de toda la vida. Discúlpame soy un desubicado.
Ella: No entendes Pedro no entendes (decía entre sollozos)
El: ¿Pero que es lo que pasa? ¿Sos casada? ¿Es eso no?
Ella: No, no soy casada…soy esto (Y entonces Ana se paro y camino rápidamente hacia el comedor).
La sangre de Pedro comenzó a helarse, la respuesta corría por sus venas.
Ana le da un papel.
Pedro lo toma y lo lee.
Permanece inmóvil por varios minutos.
Levanta la vista, la mira.
La mira lejana, como inalcanzable.
Lloran, ambos lloran infinitamente, pero no se tocan.
La sangre hierve, se mueve, se une.
Las paredes envuelven el momento.
El rincón de Ana esta empapelado de fotos y fotos de las Madres de Plaza de Mayo y una frase escrita en rojo descansa en el espejo “Nunca mas”.

Enero 2008

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