* Capicúa *

Coleccionaba mariposas tristes,
direcciones de calles que no existen.
Sabina – Páez

Una neblina esotérica y fantasmal, azota Buenos Aires.
La ciudad me recuerda a las viejas películas de terror o las imágenes londinenses.
Me pregunto, desde el cuarenta y uno (ultima fila primer asiento de la izquierda).
¿Será que el cielo se esta cayendo o es simplemente el vapor de las llamas del infierno?
¿Cómo saberlo? Todo es tan virtual y efímero, que las respuestas poseen fecha de vencimiento diaria.
Como es arriba, es abajo, dicen las leyes herméticas.
Un halo gris atormenta el pulso de los porteños, la gente parece desganada, resignada, perdida.
Afiches de campañas políticas y corazones desgarrados empapan la ciudad de una recóndita bruma.
Un joven cartonero al lado de un Mercedes Benz.
Y…así están las cosas.
Para algunos el cielo, para otros el infierno, diría doña Rosa.
¿Para quién que? ¿No? ¿Acaso no será lo mismo?
Todos somos tan culpables, como inocentes.
Todo es relativo, nada es absoluto.
Los opuestos complementarios.
Los polos se rozan.
Y nosotros atrapados en el medio, asfixiados por la cuerda de Dios, que dicen algunos que aprieta pero no ahorca. Yo prefiero pensar, que Dios no tiene mucho que ver en nada.
Nosotros manejamos los hilos de nuestra propia existencia. Basta de pasar facturas equivocadas.
Hay que hacerse cargo. De lo que no somos y sobre todo, de lo que somos.
Si no nos hacemos cargo, si no tomamos conciencia, la niebla nos seguirá encegueciendo hasta tal punto que ni siquiera podamos ver nuestras propias manos.
A lo mejor, pienso de golpe en un acceso positivo, la neblina nos esta queriendo decir varias cosas.
Nos habla del medioambiente, del clima y de lo que no estamos haciendo bien.
Por otro lado, cual poema romántico, quizá nos este invitando a acercarnos y mirarnos mas de cerca.
Para re-conocernos. Para integrarnos. Para ser.

Sin embargo, ahora que observo casi por casualidad la cúpula de los edificios, advierto que están tapadas por esta enigmática neblina que nos envuelve en silencio.
Lo cual me sugiere pensar, que evidentemente el cielo cae sobre nosotros.
¡Pero yo no me caí del cielo! Me grita el Indio Solari en medio del tímpano.
(Bajo el volumen, porque tanta verdad a veces me da un poco de miedo).

Una bandera Argentina, ubicada en el patio del regimiento de patricios en Av. Santa fe, no tiene ganas de flamear. Mira la ciudad de reojo y a los mortales con desconfianza.
Yo intento acompañar su soledad, desde mis pequeñas pupilas compasivas, pero no es suficiente.
¿Para que? – intuyo que se pregunta, o que le pregunta al cielo, musa de sus colores.

Siempre voy a estar sola, pensé.
La cabeza de un escritor posee demasiados ecos que vuelven y se clavan como espinas.
Que retumban dentro de la cabeza como un puño cerrado.
Muchos laberintos y tan pocas salidas.
Tantos espejos y tan pocos encuentros.
Demasiados los moretones. Muy pocos encantamientos.
Es imposible que no duela.
No cabe tanta lucha en una sola lágrima.


N.P.S
07/06/07

* Las frases en cursiva, pertenecen al Indio Solari.

No hay comentarios:

Publicar un comentario