La inmortal

He llegado viva hasta el milagro:
Estoy acompañada por la muerte.
Alfonsina Storni
¿Cuál es la verdadera muerte entonces?
Si, es ella. La dama vestida de blanco.
Tiene las venas tan azules, que parecen bordadas en finísimos tules.
Calados escotes y bordados funestos la escoltan.
Cabellos lacios acarician sus caderas, negros como el azabache, suaves como el azar.
Aquel azar que no esta en sus planes de la suerte que no existe, la hora predeterminada.
Ojos negros. Ojos grandes. La profanidad del mar contenida en sus pupilas.
Labios de pétalos negros, boca llena de anguilas.
Y una voz que hechiza sin discriminar, definitivamente, a nadie.
La frialdad de sus manos, congelarían el corazón de cualquier ser vivo.
Ah si…pero su sangre es tibia.

Y es blanca la piel, pálida la piel.
Y si te roza la inmovilidad es eterna, infinita, fantasmal.
Te toma los dedos uno por uno, y te comprime la existencia.
Te palpa por completo y entonces…te lleva.
¿A las ardientes llamas o a las esponjosas nubes?
No, no están estos espacios ilusorios incluidos en sus opciones.
Ella te lleva a ese lugar que no existe.
Al no tiempo sagrado de la muerte transfigurada.
A lo innombrable, lo desconocido, lo que no se pronuncia.
Y en el viaje, su aliento, es como el aliento de un bebé.
Te abriga y te cala los huesos simultáneamente.
Su respiración es lenta y profunda.
La magnética aura que la caracteriza anestesia y colma de paz.
¿Su energía? hipnotiza.
La pureza, la altura, la esencia.
Ella va, va y te encuentra. No importa donde te escondas, siempre te encuentra.
Como encargos, destinos, karmas.
Ese es su compromiso con la vida. Su vocación.
Largos son sus pasillos y sin embargo tibia es su piel, aunque te hiele la sangre.
Y su mirada ¡Dios mío su mirada!
Es como el sol del atardecer que encandila el Alma.
Dicen que nadie la puede mirar a los ojos porque su profundidad…mata.
Y entonces… no fluya la sangre, no habla la boca, no miran los ojos.
Se congela el tiempo, el espacio se expande, no hay más fronteras.
Todo era una mentira.
Absolutamente todo.

Y si uno mira con los ojos indivisibles y sin pestañear, la ve.
Yo la puedo ver, algunos días, en la gente.
Y de noche en sueños, por ahí se atreve a visitarme.
La puedo oler en las personas, la puedo sentir en el aire denso, sobrecargado y espeso.
Si prestan atención ella esta ahí, en todas partes.
En las arrugas de los ancianos, se esconde en cada pliegue esperando el momento.
En las jorobas de los que cargan cruces, espera la caída.
Y en las pestañas de los seres tristes, sin sueños ni esperanzas…espera la oportunidad.
Y también camina, camina sola. ¡Siempre esta tan sola!
Es el personaje mas temido de toda la historia de la existencia humana.
Nadie la quiere, nadie la espera y todos huyen de ella, a pesar de no tener éxito.
Es como una princesa despechada.
Como quien tiene un trabajo áspero, rígido, denso pero necesario.

Siempre baila por los cementerios, como quien baila en su propia creación.
Y es libre, completamente libre.
Y si uno hace silencio y se queda muy, muy pero muy quieto ella esta presente.
Incluso, a veces…se deja ver.
Se deja sentir y si tu aroma le atrae tal vez deje que puedas tocarla.
Y ahí, en ese punto ínter dimensional atemporal, la propia muerte vive.
Por que los ciclos se fusionan.
Y en una milésima de segundo eterna, dentro del inexistente tiempo, los planos se intercambian y entonces ambos mundos se diluyen en una sola mirada que se palpa y se enreda.
Y si logras soltarla, puede ser que vuelvas…puede ser.

Ahí esta ella.
En cada estatua triste, compungida y gris.
Sobre todo en esas estatuas carcomidas por el tiempo y decoradas con telarañas.
Ahí esta ella.
En cada cruz y en cada sombra.
En cada candado que separa ambos mundos, que marca la diferencia, el abismo, la existencia.
En cada flor marchita, en cada antiguo cajón pútrido.
Y en las lágrimas de cada mortal que visita a sus pares.
Ahí esta ella.
Vive en la frialdad de la piedra.
En la mirada compasiva y doliente de las estatuas de niños, de madres, de vírgenes.
En las plumas de los Ángeles que cuidan el traspaso al otro mundo.
En la sangre de Cristo, en la túnica de Maria.
En la opresión de la sangre acumulada en las venas.
En la puerta de cada habitación.
En el corazón de la tierra.
En los pies de Dios.

(Pero sobre todo en los que se estancan.
Porque lo que se estanca, se pudre.
Y lo que se pudre, muere.)

Habita en todas partes.
Es imposible escapar de ella.
La hechicera más antigua de todos los tiempos.
La reina de la eternidad.
La que hace el trabajo, que nadie quiere hacer, pero que tiene que ser hecho.
Ella.
Blanca y eterna.
Hermosa y amplia.
No, no es muda la muerte.
Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio.
Escucho su dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.

N.P.S
30/03/08



* Lo que esta en cursiva pertenece a Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de la locura (1968)
Fragmentos para dominar al silencio. (Las modificaciones son mías).

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