Me pienso, luego existo

La miro desde una mirada externa lo más subjetivamente posible.
Intento olerla, sentir su fragancia, su perfume, su aroma.
La encuentro en el suave lila de sus paredes como tapizada allí.
Se diluye y se fusiona con el color formando un color inexistente que solo algunos pueden ver.
Es una mujer violeta, y aun en sus diferentes ciclos, su matiz se mantiene.
En las espinas de los amados cactus de su ventana, recuerdo las punzadas que la vida le dio, enseñándole que no existe rosas sin espina.
En cada una de sus piedras, los recuerdos, las huidas, las personas.
En sus cuarzos, la naturaleza, la energía, el misticismo que la caracteriza.
En cada caracol encuentro cenizas de ella, restos de arena y sal de su medio innato, de su amado Mar, su pasión, su musa.
Cada libro, que parece respirar por si solo en aquella biblioteca, moviliza alguna pestaña, célula o glandula dentro de mí. Y entonces recuerdo noches de soledad leyendo a Alfonsina sintiéndose menos sola. Noches de frió y oscuridad, leyendo a Alejandra con la taza de café con leche como única testigo. Y el olor a libro viejo me recuerda también un poco a ella.
Más abajo, los portasahumerios, el OM y el pentaculo. Y una cantidad incontable de sahumerios y esencias que despiertan todos los sentidos.
La reconozco en la penetrante mirada de Fernando, en la luz de emergencia de sus ojos, que esta en todas partes hacia donde miro. En la sal de las lágrimas de Alfonsina, en la energía de Angelina y su boca. En la piel de Virginia, en sus rulos caóticos y en su lamento eterno en aguas negras. Un joven con mirada pisciana y rasgos perfectos decora varios sectores. En el, también la encuentro a ella.
Incluso en las revolucionarias venas del Che que me mira desde una foto sepia y en todas esas personas que se identifica tanto, que son casi una extensión de ella.
La miro y me encuentro, y es raro. La sensación es una mezcla de adrenalina con magnetismo.
En un intento inútil, desesperado y absurdo intento abrazarla, casi arañando el aire, pero no lo logro. Por momentos logro sentir en el aire “eso” de lo cual tanta gente habla y aun algunos, se atreven a hablar, confesar o reprochar.
Intento pero no llego a penetrar en esa aura violeta.
Es como caminar sobre la cornisa entre el cielo y el infierno.
No llego.

Y ahí entonces, cuando me miro desde afuera, que comprendo y dejo de comprender.
(Si si maldita dualidad innata que me corroe por dentro).
Me comprendo desde el psicoanálisis, desde mi catarsis abstracta y explicita.
Me comprendo desde la espiritualidad y hasta comprendo más el mundo pero sobre todo comprendo a la gente que me rodea.
Y si…a veces me enamoro de ella, supongo que es algo natural que a todos nos debe pasar en algún momento. Y no es “ego”, ni pedantería.
En general cuando uno esta conforme con lo que es, hace lo que le gusta, plasma en su arte y su creatividad lo que le interesa y lo moviliza y se siente libre, entonces nos amamos un rato. Nos sentimos orgullosos por así decir, de algo que hicimos o simplemente de lo que somos. Nos tomamos de la mano con nuestros problemas, con nuestro pasado, con nuestros rayes cotidianos. Nos reconciliamos con todos y cada uno de esos seres que somos internamente.
Y en ese “amar” me siento por un segundo (y quisiese que fue mas que eso) otra persona. Siento que soy otra/o enamorándose de mi. Me hipnotizo, me entrego, es una sensación extraña, ajena pero interna, mía pero desconocida.
Entonces, en ese microsegundo cuando miro a Nadia de frente y a los ojos, cuando respiro todos estos largos 23 años y sobre todo cuando me enredo en su pelo…
por momentos la quiero abrazar fuerte muy fuerte, porque se mejor que nadie como piensa, como siente y quien es. Sé lo que necesita, conozco sus demandas y entiendo sus silencios y entonces solo quisiera abrazarla en silencio porque las palabras ya casi no le gustan.
En otros momentos me produce un poco de lastima, de compasión. Sobre todo cuando mira a un punto fijo, baja la mirada y respira profundo. Y cuando responde: nada. Ese nada, encierra al todo, que es tanto que no puede nombrarlo. Entonces, se resigna cada tanto a decir “nada” como quien dice “hola” y no pude decir más.
Es la vida, es toda su historia, sus manos, su frente amplia, su mente, contenida en esa mirada confusa y en esa carencia congénita.
Si, claro también en otros momentos tengo muchas ganas de pegarle, de samarrearla en el aire y gritarle en seco “paraaaa” pero no, ya casi no lo hago porque ya asimile que ella no tiene límites y se desborda siempre. No va a cambiar, es parte de su naturaleza, de su mujer salvaje, su loba. Mejor dejarla ser y jugar a la par. Si no se permitiera desbordarse de esa manera, posiblemente seria un ser bastante cruel, oscuro y reprimido. Estallaría por otros sectores, que prefiero no conocer.
Y así la quiero, con sus cosas malas, buenas. Con su belleza, con su horror. Con sus secretos y con su desnudez. En su cielo, en su infierno y en todas y cada una de sus facetas esquizoides.
Justamente, creo que la quiero porque se permite ser eso e intenta cada día, convivir con todo eso que es, que no es simple ni finito, pero es. E intenta llevarlo lo mejor posible, porque no quiere ser lo que fue, ni quiere desterrarlo completamente. Quiere ser un conjunto de tiempo, de ese tiempo en el cual no cree. Quiere ser la nena del pasado, la mujer del presente y la anciana del futuro. Quiere ser eso, más todo lo demás.
Es ella y cuando la pienso, existe, porque cuando ella me piensa, existo yo.
Nuestra existencia seria la nada absoluta sin el pensamiento de la otra.
Las nadies y un hechizo en forma de murciélago en su boca.

N.P.S
21/03/08

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