Reconociendo Almas

Los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo.
Friedrich Hebbel

En cada niño nace la humanidad y en sus ojos se refleja otro mundo posible.
La energía de sus miradas se ha impregnado en mí hace años. La esperanza y la magia que hay en ellos, es indestructible…al menos por un par de años más, hasta que el mundo real les empaña las pupilas.
Hay un fenómeno…un fenómeno que se repite en mi historia, un patrón recurrente entre ellos y yo.
Me ha pasado siempre, pero en los últimos años se potencio efectivamente por el hecho de ser niñera.
Hace cinco años que me dedico a eso, a cuidar chicos y créanme que es todo una vocación hacerlo. Muchos pueden pensar que no es un trabajo, que es algo simple y superficial. Incluso muchos se ríen cuando les cuento de las “empresas” donde trabaje o se burlan de las cosas típicas, como cambiar pañales “que asco”, acotan.
Gracias a la vida, para mi este oficio es mucho más que cuidar a un niño.
Es aprender de él, es educarlo, cuidarlo, criarlo, es compartir una película infantil y llorar con ellos cuando la princesa se separa del príncipe o cuando se muere el Rey León. Es pasar tardes enteras pintando, jugando a las muñecas, cantarles, dormirlos, bañarlos, alimentarlos. Es un mundo de cosas nuevas y viejas. Es una reedición de mi infancia, en un lugar donde uno se permite “ser niño” y adulto a la vez. Es muy terapéutico incluso y lúdico, claro.
Es escuchar sus preguntas inocentes e inteligentes que te dejan paralizados, sin saber a veces que responder.
Es intentar dar esas respuestas, de la manera mas sincera y sana posible, a cada pregunta que ellos me hacen o le hacen a la vida, siendo tan pequeños. Recuerdo una imagen, volviendo del jardín de infantes, juntas de la mano Agustina frena y me dice: “Al planeta hay que ponerle una curita, porque esta muy herido. Podemos arreglarlo con yeso y Jesús nos va a ayudar”. Me agache, la mire a los ojos y la abrase. No se como hice para contener las lagrimas y la emoción que me produjeron sus palabras y su sabia inocencia. No hay nada en este mundo tan hermoso y energético como los niños. Anécdota como estas tengo muchisimas, y después están las graciosas, las disparatadas y las existenciales. Siempre todas, son geniales.
Y después de tantos años de cuidar a tantos chicos, lo que aprendes y lo que te queda en el corazón es tanto que no tiene espacio, ni devolución. Es invalorable lo que ellos te enseñan y lo que tienen para enseñarle al mundo, siempre desde sus pocos metros y sus primitivas palabras.
En mi placar, tengo fotos de todos ellos, abrazados a mi, jugando, algunos durmiendo y otros comiendo. Y confieso que se me llenan los ojos de lágrimas cuando los veo porque los extraño enormemente y me gustaría poder ir a verlos, ver como esta cada uno…abrazarlos y jugar con ellos. Perderme en sus mundos de fantasías, de olor a perfume de bebe, de chocolatadas y risas. Creo que son los seres que mas extraño.

En todo este tiempo me ha tocado, y cuanto lo agradezco, ser niñera de tres bebes. Juan Manuel, Pilar e Iñaki.
Cuidar a un bebé fue una de las experiencias más hermosas que pudo haberme tocado. La fragilidad humana que tenemos al nacer, la mirada, la piel, el comportamiento, es algo que hay que vivir para entenderlo. Cuidar a un bebé recién nacido, es como un flashback a nuestra propia historia, a lo salvaje y a lo primitivo de la humanidad. Es la esencia impalpable enfrente nuestro. Es sorprendente desde donde lo mires, y ni hablar de las etapas que se van sucediendo. Es tener el futuro en las manos, un futuro que mide centímetros y te mira sin velos, desde adentro.
Y no hay sensación mas pacifica y regresiva, que dormir con un bebé aupa. Es armonía pura con el cosmos.
A Juani lo conocí cuando aun estaba adentro de la panza de Virginia y lo cuide hasta los ocho meses, junto con Agustina su hermana que también adoro. Lamentablemente, ellos se mudaron a Bahia Blanca por trabajo y perdí contacto. El día que me entere que se iban llore muchisimo, sola y en una plaza. Por semanas estuve profundamente angustiada, no cabía en mi la idea de no verlos más. Pasaba junto a ellos, casi doce horas diarias.
Disfrute al máximo mi último mes, pensando que nunca íbamos a volver a jugar juntos. El año y medio que siguió, soñaba constantemente con Juan, con reencontrarnos y no podía dejar de preguntarme curiosamente como estaría ahora. Y la vida, los sueños, la conexión y un transcurso de cosas, hizo que volvamos a vernos. Toque el timbre muy nerviosa y Agustina me recibió tímidamente (solo al principio) con sus ya seis años a la moda. Salude a los padres, y ahí estaba Juan, en el mismo pasillo que lo acunaba cantándole, pero ahora estaba parado, mirándome desconcertado.
Y fue un instante eterno donde lo mire y me paralice. Se detuvo el tiempo. Juan no era el bebé que yo recordaba y recuerdo que me pregunte ¿Dónde esta Juan? como esperando ilógicamente, que me traigan un bebé!
La realidad me estaba gritando que Juan camina, corre, juega, habla y te abraza. Pero mi última imagen había sido la de Juani, un angelito con pañales, chupete, que apenas empezaba a comer pure. Eso era Juan en mi recuerdo.
El padre le pregunto si se acordaba de mi y el respondió que si…todos nos reímos porque era obvio que no podía acordarse. Sin embargo, a las pocas semanas me los cruce en la calle y Juan vino corriendo a abrazarme. En ese momento me agache, y lo alce. Nos miramos a los ojos y fue tanto lo que paso. Ahí encontré a Juan, al bebé que yo había cuidado desde que nació. Se detuvo de nuevo el tiempo y en el brillo de sus ojos, en la pureza de su mirada encontré a Juan y tuve ganas de decirle “Hola Juani, soy yo”, pero me callé…porque mis ojos hablaron por mi y eso fue suficiente. Juan no me soltaba y porque yo creo que la vida va siempre más allá, yo sé que el sabia en alguna parte quien era yo. El olor, la voz, el tacto, la energía y todo el amor que nos tuvimos, seguía latente.
Algo similar me paso con Omara, la segunda nena que cuide, cuando tenia apenas un añito y un chupete rosa.
Desde el primer momento tuvimos una conexión increíble. Omi es un angelito rubio con rulos, e interiormente es un ser humano indescriptible. Es una nena especial, con una mirada sabia, profunda y una sensibilidad que eriza el corazón. A Omi la deje de ver al poco tiempo que cumplió dos años. Siempre la extrañe mucho…
Y hace apenas unos meses cuando atendí el teléfono una vocecita me dijo “Hola buenos días, quisiera hablar con Nadia por favor”. Era ella con sus cinco años y la misma ternura de siempre. Me quede paralizada y emocionada. Y el reencuentro fue increíble. Y una vez mas, volvió a pasarme lo mismo, cuando la vi me parecía que no era ella. ¡Los chicos cambian tanto en tan poco años! Estaba alta, grande y hablaba como una adulta. ¿Adonde estaba el chupete y la mamadera? ¿Y la música de Barney que bailábamos juntas? ¿Y el “Naia” con puchero?
Y en ese reencuentro, nos miramos mucho a los ojos y fue ahí, en un segundo que siempre es eterno donde la “reconocí” o mejor dicho, donde probablemente, nos reconocimos.
La mirada, es la esencia, siempre. Es el espejo del Alma, nunca se puede dejar de reconocer a alguien si lo miramos a los ojos. Es como un registro interno que evidentemente no cambia jamás. La mirada no tiene tiempo, ni espacio, e simplemente la fusión de dos personas con la esencia única, con la vida, toda.
Y desde ahí, nos reencontramos y después vinieron los abrazos, los juegos, las miradas cómplices y ese amor incondicional que solo los chicos saben entregar y que a nosotros, los adultos, nos llena el corazón de magia.
Y con esto del facebook, ahora veo a Iñaki con un año y medio. Tiene dientes, camina y seguro ya dice mamá, entre muchas otras cosas. Y en las fotos, la misma mirada sabia y un poco triste que siempre lo caracterizo. El amor esta en los ojos, en el reencuentro de pupilas se fusionan las esencias y es como si todo se reactualizara.

Y como la niña que fui, que lloraba desconsoladamente cuando ET volvía con su familia ahora estoy así…llorando de emoción, de recordarlos a ellos, sus olores, sus miradas y todo lo que aprendí. Sus te quiero, sus “¿Puedo ir a jugar a tu casa?”, los caprichos para que me quede a dormir o me valla de vacaciones con ellos y todos los actos fallidos que algunos tienen diciéndome “mamá” en cambio de Nadia.
No se bien porque, cuando salí del secundario me dedique a esto. Siempre adore a los niños y me resulto fácil conectarme con ellos. Me “arregle” todos estos años cuidando niños y si bien no me di grandes placeres económicos, al menos opte no me encerrarme en una oficina, ni me deje quemar la cabeza por ninguna empresa capitalista e indigna. Elegí nutrirme de la energía de ellos y siempre les entregue todo lo mejor de mí. No hay plata que equipare todo ese amor. Y así los extraño, y a veces sueño con algunos, otras veces con otros. Y desde ahí, nos conectamos.
Pero siempre llegan nuevos niños al mundo y a mi vida. Nuevos bebes, mamaderas, pañales, cunas y llantos.
Sin embargo, todos y cada uno de ellos son únicos, irremplazables, hermosos.
Y se que si en muchos años me cruzo a alguno de los bebes que tuve en brazos, voy a reconocerlo. Si me cruzo a alguna de las niñas con la que pase tardes enteras jugando a las muñecas o mirando películas de Disney, seguramente bastara solo con mirarnos y aunque la cabeza diga que no nos conocemos, el corazón sabe que si.
El siempre sabe la realidad de las cosas, lo que nuestros ojos internos pueden palpar, aunque la cabeza lo haya olvidado. Ya lo decía William Shakespeare, la mirada es el lenguaje del corazón y definitivamente, no cabe ninguna duda.


Solo la inocencia salvara al mundo.

N.P.S
23/10/08

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