TrasmutAr-te

“…el no tiempo sagrado de la muerte transfigurada…”
Clarise Lispector

Transformar la muerte en vida, o viceversa.
Admiro a los seres humanos que pueden hacerlo.
En mi caso personal, mis intentos innatos suceden a cada segundo, en cada suspiro, de una manera prácticamente crónica, sin suspiros que sirvan de puente entre ambos mares.
No lo pienso, no es un acto racional.
Simplemente lo siento, es mi manera, mi forma, mi lenguaje.
Hay personas que tienen esa capacidad de transmutar por completo los sonidos, el mensaje, la forma…las palabras.
Transformar algo ideal, o simplemente simpático y alegre, en algo completamente doloroso, desgarrador, profundo y nostálgico.
Me encanta.
Disfruto plenamente de esa cualidad cuando leo o escucho algo que fue transmutado, o algo que en si mismo lo fue desde un principio, sin previa transmutación.
Me parece mágico, es una manera bellísima de perdurar, de transgredir el tiempo, el espacio, los opuestos o los tintes prejuiciosos y semiológicos, que como seres humanos que somos, intentamos darle a toda sensación o experiencia.
De alguna manera, siento que ese poder de transformación, no es un don, ni es un talento.
Simplemente es.
No tiene un principio o un fin especifico.
Ni siquiera creo que tenga una raíz univoca.
Es algo que sale de las entrañas, de las vivencias, de la filosofía de vida interna, personal. De la historia de cada uno de nosotros.
O simplemente…tal vez, nacemos así “predestinados” ¿Cómo saberlo?
Quizás sea un proceso que se construye en uno, a partir de las huellas que la vida va marcando en nuestro interior.
Es una paleta de matices, de una profundidad casi existencial e inconciente.
Y es en el fondo una especie de dolor alegre, una triste felicidad.
No encuentro exactamente las palabras para expresar lo que intento explicar.
A lo mejor, pueda dar ejemplos que aclaren, porque aclarar, aclara.
No oscurece.
Manuelita de Maria Elena Walsh.
Una canción simpática, infantil y tierna. A simple “oído” no parece que tuviera mayores complicaciones, ni que implicara mas que eso que es, una canción infantil.
Transformada por Virginia en un cariñoso lamento, de viajes por el mar en busca de la belleza, de arrugas que marcan el pasar de los años y un marcado camino que desenlaza (como no podía ser de otra manera) en desamor y soledad.
Todo lo que Manuelita hace por su tortugo…en su amado Pehuajo.
Otro caso, increíble de creer para quienes lo sentimos así, es el de “Las olas y el viento” clasido de Donald, un tema muy alegre, casi ridículo de carnaval carioca, festivo, multicolor.
Sin embargo…acá surge lo que intento explicar.
Virginia le da una forma y un lamento único.
Su voz a capela, la cual luego será acompañada por el imponente, pero suave, susurro de un piano. Así, desde su interior, pudo trasformarlo en un tema terriblemente desgarrador que al menos a mi me eriza la piel.
“El frió de tu alma me hace tiritar”.
Me sorprende como una misma frase, cantada de dos maneras diametralmente opuestas pueden tocar puntos tan diferentes, pueden llegar a rozar internamente sensaciones únicas.
Es lo que resuena. Lo que el otro dice, hace eco en uno.
Es la identificación de la manera en que el otro dice que cosa. O en este caso, canta.
¿Entienden ahora a que me refiero puntualmente?
Otro ejemplo, que ayer “sentí” fue el de Maria Elena Walsh cantando “En el país del no me acuerdo”. La versión original marca el paso de un desconsuelo profundo, de una voz que intenta decir algo que esta allí, como escondido…como en secreto.
Si uno toma conciencia que esta hablando de la oscura época de la represión de nuestro país, entonces más aun todo esto resuena de una manera lamentable.
“En el país del no me acuerdo, doy tres pasitos y me pierdo” dice Maria Elena, en un tinte tragicómico, nostálgico y alegre también porque no deja de cantarle a los mas pequeños.

Soy el color que no existe, el matiz más ambivalente que un pintor no conoce.
Me desgarro cantando al unísono con Virginia, porque ambas sabemos que es lo que ese canto implica, aunque cantemos Manuelita.
Me desarmo en lágrimas sobre las hojas de algún poema de Alfonsina o leyendo la historia de vida de una interna del Moyano, que también transformo.
O escuchando la trágica impotencia en la voz de León o Alejandro, cuando hablan de indulto, de memoria, del país que no fue y de todo eso que les duele.

Por las noches, a veces pienso, que debo ser vida y muerte en una misma gota.
En esa gota que nace, cuando escurro mi Alma.
Y es esa gota la que cae en el mar existencial de la vida.
De la vida y la muerte, sin tiempo, sin espacios, de lo eterno.
De aquello que no tiene un final, ni un principio.
De la humanidad TODA. .
Allí la gota se fusiona con tantas infinitas millones de gotas que elegimos remar en ese mar.
Porque amamos la vida y también la muerte.
Por que como bien dijo, León Tolstoi, la muerte no es más que un cambio de misión
Porque comprendemos que si no se muere, no se nace.
Que sin dolor, no se vive, ni se crece, ni se comprende.
Entonces, es ese el punto donde me diluyo con el dolor ajeno, pero propio, con esta transformación de matices y procesos.
Y me encuentro entonces cantando o leyendo cosas que provienen de estas gotas tragicómicas, que entienden la vida de la misma manera que yo.
Sabiendo que la verdad, nunca es triste, pero que muchas veces, no tiene remedio.

N.P.S
11/11/07

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