Cuerdas Flojas

Fue entonces cuando lentamente comencé a treparme por aquel puntilloso violín…
Intente deslizarme entre sus cuerdas, sus finas y ásperas cuerdas.
¡Y como dolió! tanto que ya no tiene sentido hablar de eso. De todos modos, creo que tampoco encontraría palabras que describieran tanta angustia, ya no. Me corte, sabia que eso iba a pasar pero la sensación de libertad, de extinguirme dentro de aquel violín, de resbalarme sin destino, me tentaba, me apasionaba, me poseía.
Adentro, la música retumbaba, con un eco casi insoportable. Y yo, tan sola, tan acompañada, tan desvelada como siempre, extrañaba el ruido del silencio…

Y la orquesta, siguió tocando.

Salte, tan alto como si quisiera tomar a Dios de su larga barba. Lo intente, pero era inútil. Estaba, una vez más, atrapada en aquel violín de cuerdas incesantes y elocuentes.
El olor a madera húmeda, me retorcía las pestañas, la vida. Casi sin darme cuenta, note que algo comenzó a desplegarse detrás mío.
Una sombra, tapaba gran parte de aquel instrumento de aire.
Y yo, me sentía más pesada, hasta que al fin comprendí que eran mis alas.
¡Aquellas que tantas veces me han salvado! Aquellas que le han dado a mi vida, libertad, magia y tanto mas…

Y la orquesta, seguía tocando.

Entonces, volé, volé tan alto como nunca antes lo había echo, hiriendo al aire con mis filosas alas. Logre escapar de aquel violín melancólico y estigmatizado, por las manos de aquel hombre mediocre que lo tocaba. Me pose entonces, en el hombro del director de la orquesta y con cuidado me apoye en su cuello, lo suficientemente cerca como para oír lo que el pensaba. Realmente sentí miedo, sentí pánico al escuchar sus pensamientos, sus ideas, sus trucos. En cierta parte me sentí identificada y quizás por ello, huí.
Por un instante pensé que tal vez, mis reacciones no eran tan diferentes a las del resto de los humanos.
En medio de la desesperación, me choque contra un violonchelo y para mi desgracia, caí dentro de él.

Y la orquesta, siguió tocando.

Esta vez, las cuerdas eran más suaves, casi afelpadas. Por miedo a que su dueño me vea, me deslice con cuidado, pero sin esfuerzo hacia adentro.
Y finalmente, caí.
El lugar era mas amplio, la música menos vulgar y más armoniosa. Me sentí cómoda y decidí tomar asiento. En aquel momento, se produjo un silencio, un silencio de esos que ensordecen y molestan, hasta el punto de querer callarse. Esos silencios que hacen que escuchemos a nuestra más pura esencia, esos silencios que nos hacen huir, sin darnos cuenta que no se puede huir de uno mismo.
Pensé que tal vez ¡me habían descubierto! Me producía terror, la idea de pensar en la intemperie de ese abismo, en sus miradas opresoras sobre mis ojos.
Pero no, nada de eso paso.
El director, el siniestro director, dictaba órdenes de una manera tan perversa e inmoral que espantaba. Gritaba y maltrataba a cada pobre músico indefenso, escondiéndose detrás de una sonrisa, casi tan falsa como ellos mismos.

Y la orquesta, ya no toco.

De repente, un sacudon me impulso contra un rincón, de aquel vulnerable y celestial instrumento. Todo se empezó a mover, cada vez más rápido. Me asome, para ver que estaba sucediendo allá afuera. Y si, lo inevitable…el demacrado músico estaba guardando, lo que en este momento era mi casa, en una funda sombría, triste y sucia.
Tenia que salir, sin que me vieran. De lo contrario, ya nadie creería en la magia.
En puntitas de pie, me acerque al borde y en un abrir y cerrar de ojos, me escape.

Y la orquesta, ya no tocaba.

Me acomodo en el borde del saxo, brillante y amargo. Todos aquellos músicos contemplaban el piso, como esperando que algo los salvara. El director de la orquesta, estaba sentado en una silla, mirando el piso también. Pero la diferencia, es que él se agarraba la cabeza con ambas manos y decía cosas, que aun yo no entendía. Que raros son los humanos, pensé por un momento.
¿Por qué no siguen tocando? ¿Por que están tan desconsolados?
Mientras yo formulaba pregunta tras pregunta en mi cabeza, todos se marcharon. Solo quedo el eco de mi silencio, y aun se podía vislumbrar algunos DO haciendo piruetas por el aire, o algunos SI impacientes, correteando por las escaleras.

Y la orquesta, ya no estaba.

No estaba sola como siempre. Había silencio, había notas musicales y una fragancia que me recordaba al olor de los perfumes de la infancia. Se respiraba una brisa densa en el ambiente, un aura resquebrajada. El aire era rígido e inflexible. Sospeche que algo había pasado en aquella sala, algo que yo aun no podía comprender. Tal vez por ignorancia, tal vez por inocencia, tal vez por exceso de lucidez.
El radiante y perfecto piano, blanco y negro, se encontraba a metros de aquel saxo, que era mi hamaca en ese momento. Caminando, llegue a él. Algunas notas me siguieron y también algunos colores. Comencé a caminar por cada tecla.

Negro.
Blanco.
Negro.
Blanco.

Detrás mío, el SOL venia muy eufórico, y detrás de él, el rojo bastante exasperado. Lo suficientemente desquiciado, como para desafinar la hermosa melodía que SOL y yo estábamos creando. Era inevitable que el rojo no estuviera allí, y debo confesar que aunque desentonaba, quedaba bien. Era necesario, ese complemento opuesto, ese polo ineludible.

Y la orquesta, estaba tocando.

Otros amigos se acercaron. La soberbia, la avaricia, la lujuria, la pereza, la envidia, la gula y la ira. Sinceramente no me gustaba como estaba sonando la orquesta, pero decidí no corregirlos. ¿Acaso que derecho tenia yo? Quizás, yo tocaba mucho peor que ellos.
Cuanto más rápido y más alto tocaban, más se alejaban los colores, las notas musicales, mis amigas ¡Mis musas!
Aquella música se asemejaba a un espiral, era densa, aguda e incapaz.
Era tal vez, la banda sonora, de mi soledad.
La fragancia, aquella tan pura y divina, había desaparecido por completo. El aire estaba viscoso, infectado, molesto.
Yo seguía sin entender, por que mis otros amigos no venían, para compensar este desastre.

Y la orquesta, estaba tocando, cada vez peor.

¿Donde estaban el amor, la locura, la sencillez, la amistad, la bondad, la humildad, la magia y todos los demás amigos, que a veces, me acompañaban? Cuando sentí que mis oídos iban a estallar, decidí alejarme. Extendí mis alas una vez más, y volé alto hasta herirme contra el cielo. Entonces, me acosté sobre el andamio de luces, de aquel teatro de sombras. Tome mis rodillas, las abrace con mis indefensos brazos y apoye mi cabeza suavemente sobre ellos. Observe aquella escena, percibiendo cada detalle de esa orquesta desafinada y sin rumbo. Entonces, me puse de pie.
Grite, fuerte muy fuerte pero nadie me escucho.
Baje, y tome un micrófono que aun permanecía encendido.

Y la orquesta, comenzó a tocar más fuerte aun.

Tomando aquel artefacto, que era cuatro veces más grande que yo, grite enfurecida:
- ¿De donde han salido todos ustedes?
Y entonces, la envidia respondió:
- Pues, somos los sentimientos que los músicos han dejado. Somos todo aquello, que esta orquesta siente, sobre todo su director, el gran director de este teatro.
La voz me temblaba. Las manos comenzaron a sudarme y podía sentir como se acrecentaba el latido de mi corazón. Sacando fuerzas, de Dios sabe donde, me atreví a preguntar:
- ¿Y donde están mis otros amigos? ¿Acaso ustedes no le han dado la dirección al amor y a los demás del grupo?
- Claro que no. – Dijo la soberbia, con un tono despectivo - ¡Que ilusa eres pequeña! Simplemente, no le hemos pasado el dato por que aquí no hay lugar para todos. Ellos o nosotros.

Y la banda….siguió tocando.


N.P.S
24/05/06

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